Hoy principio de este nuevo milenio, la comunicación
se sigue consolidando como el nuclear por excelencia del siglo XXI; permitiendo
a través del grado de influencia que ésta ejerce sobre el nuevo
ciudadano, el acceso al poder político de aquellas estructuras que posean los
medios comunicacionales y financieros necesarios para este fin. Si bien la
comunicación no lo es "todo" en materia de campañas políticas, su
grado de influencia se ha vuelto prácticamente decisivo en cada una de las
elecciones que se suceden en el mundo de hoy, o bien para conquistar el poder o bien para
perpetuarse en él.
Es por eso que para muchos expertos la comunicación pasó a formar parte de la geopolítica militar y la geo-estrategia.
De esta manera los medios de comunicación representan hoy el eje en donde
se balancea la “democracia global” tanto en América Latina como en el mundo en
general.
Mientras
que en el siglo pasado la libertad de expresión e información parecían
representar una especie de garantía para los sistemas democráticos, debiendo
los Estados Nacionales respetar el libre ejercicio del periodismo en pos de promover una pluralidad de opiniones, el siglo XXI y la
globalización parecen traer consigo a su vez una mutación de este paradigma en
donde gobernar se ha convertido en comunicar y en donde comunicar ha pasado a ser
sinónimo de la lucha por el relato del poder. Esto significa para los
gobiernos, no sin dolor, que aquel aforismo que pregonaba que “un acto vale más
que mil palabras” ha caducado.
En
consecuencias quién logra contar el relato, es decir quién posee la mayor
cantidad y calidad de medios de comunicación para describir un tipo de realidad
determinada en el imaginario del ciudadano es quien a su vez posee las mayores
posibilidades de decidir sobre esta misma realidad del ciudadano.
Frente
a este “nuevo” paradigma, existen por partes de los gobiernos de la región diferentes
estrategias comunicacionales. Por ejemplo, se puede marcar una diferencia entre
las actuales administraciones de Argentina, Ecuador, Venezuela, Bolivia,
Nicaragua, Panamá y Uruguay quiénes parecen más inclinados a asumir el control
mediático; es decir producir y difundir sus propios "arsenales comunicacionales" estatales; mientras que por otro lado, con otra estrategia y otras realidades,
se encuentran los gobiernos de México, Chile, Colombia, Perú, Paraguay, Brasil
y los países centroamericanos, quiénes por distintas razones, parecen haber
decidido trabajar en alianza con los principales medios de comunicación de sus
países.
En un
intento de esquematizar muy grosso modo la situación comunicacional de la
región se podría decir que en los países en donde los gobiernos han “osado meterse”
con el poder de propiedad de los grandes grupos mediáticos y/o con la
legitimidad de sus discursos comunicacionales (Argentina, Ecuador, Venezuela,
Bolivia, Nicaragua, Panamá y Uruguay) el clima de polarización social y de
realidad trágica mediática resulta mucho más profunda que aquellos países en
donde los gobiernos han elegido una estrategia de alianza a los grandes grupos
mediáticos como lo son México, Chile, Colombia, Perú, Paraguay, Brasil y los
países centroamericanos). A diferencia de los primeros, para estos últimos
países el debate comunicacional no se encuentra en la agenda ciudadana y
(exagerando un poco bastante) todo parecería ser “felicidad mediática”.
Finalmente
parecería que el ciudadano tipo de este nuevo milenio, producto de la falta de
políticas educativas comunicacional, aún no posee las herramientas suficientes,
para poder discernir las distintas realidades ofrecidas por los diversos medios
de comunicación, sean oficialistas o bien opositores.